¿Un milagro del Padre Nicolás Giner?

Fraternidad provincial, la revista de la Provincia Misionera de San Francisco Solano del Perú publicó en su número 332 correspondiente al 6 de abril de 2018 el siguiente artículo ¿Un milagro del Padre Nicolás Giner?¡Yo creo que sí!

Prólogo

El P. Fr. Nicolás Giner, OFM (1876-1949), es uno de los más grandes y santos religiosos misioneros, y víctima de la lepra de nuestra amada Provincia Misionera de San Francisco Solano del Perú. El autor de este artículo cree que Fray Nicolás Giner le hizo un milagro y lo quiere publicar aquí, en cumplimiento de la promesa que le hizo.

Además, con dicho motivo, nos habla de nuestros misioneros, de su santidad y heroísmos, y hasta de cómo él los invoca, transmitiéndonos aunque en forma muy sintética, algo de su propia vocación religiosa y misionera en el Perú, con su correspondiente experiencia y visión vital-existencial, filosófica, teológica y cristocéntrica, siempre sumamente agradecido a Dios y a la Provincia. Nos habla también del deseo de contribuir, así al aumento de nuestras vocaciones y del anhelo de renovarnos todos en nuestra espiritualidad misionera.

Y como narrar todo ello, bastante misterioso, le resulta un poco difícil, para facilitar su exposición e inteligencia, lo trata muy brevemente en los siguientes puntos:

1° el martirio de la lepra en nuestros misioneros.
2° Algunos datos biográficos complementarios del P. Giner.
3° Mi pequeño mal y el milagro protagonizado por el P. Giner y luego una breve Conclusión.

Así pues:

1º El martirio de la lepra en nuestros misioneros

Yo siempre he sido impactado, muy profunda y positivamente, durante todos mis años de formación religiosa, franciscana, misionera, sacerdotal y peruana, desde los once años en que entré al convento (Anguciana, Logroño, España) para ser misionero en el Perú, especialmente en los años de estudiante y de profesor-formador en santo Ocopa, y hasta ahora, por nuestros mártires en nuestra Selva. Dentro de este impacto están de modo muy particular, nuestros cuatro misioneros que coronaron su larga y heroica vida misionera con la terrible enfermedad de la lepra, contraída en la misma Selva. Por eso, en mis sencillos escritos, varias veces, y conscientemente, loa he incorporado a la larga y gloriosa lista de nuestros verdaderos mártires.

Como prueba de los que acabo de afirmar, y con disculpa, amable lector, voy a citarme una sola vez. Es una cita un poquito larga, aunque siempre muy resumida dentro del misterioso mundo de nuestros propios misioneros santos y mártires. Cita, a mi juicio, esencial para comprender lo que aquí voy a contar. Lo escribí hace ya muchos años, con profunda emoción, muy concientizado y queriendo concientizar a cualquier lector que me pudiera leer.

Dicha cita está tomada de mi libro: El convento de Ocopa, Ediciones Centenario, Lima 2007, 130 páginas, conmemorando y celebrando los cien años de nuestra gloriosa y amada Provincia Misionera (19907-2007).

Ahí en la página 105, está publicado lo siguiente: «Desde hace algún tiempo, yo vengo añadiendo al número de nuestros mártires, a nuestros cuatro hermanos, hijos de los Colegios de Propaganda Fide, y, luego, hijos de Ocopa y de la Provincia, que contrajeron en la Selva, como misioneros, y sufrieron largos años, la terrible enfermedad de la lepra, y murieron santamente con ella: P. Luis Estaper (1887-1939), P. Nicolás Giner (1876-1949), P. Bernardo García (1993-1967) y P. Santiago Santamaría (1920-1983).

Y los uno a nuestros mártires porque siempre he pensado, con profunda emoción dolorosa, que estos nuestros hermanos leprosos tuvieron que sufrir lo indecible por la misma enfermedad, tan repugnante, contagiosa y, por lo mismo, y, aún sin quererlo nadie tan aislante y marginante, incluso entre sus mismos familiares, y entre los mismos religiosos de la Provincia. Al respecto, hace un tiempo que escuché, nunca escrita, la siguiente anécdota del mencionado P. Nicolás Giner, leproso. Anécdota muy fuerte. Quizá puede hasta escandalizar a alguno, y quizá por eso se callaba; pero que a mí me golpea en el alma y me educa plenamente. Dicen que cuando él leía en la Biblia, o en la Liturgia, o escuchaba en alguna charla-meditación, sobre los terribles sufrimientos de Jesucristo en su Pasión y Muerte en la Cruz, alguna vez se le oyó suspirar, agregando humilde y dolorosamente: «Si, pero Jesucristo no fue leproso»… Y es verdad. Así es. Jesucristo no fue leproso, pero, como dice san Pablo, los mártires completan en su carne, con alegría, la pasión de Cristo en su cuerpo que es la Iglesia (Cfr. Col. 1, 24).

Repito, esta anécdota siempre me ha impactado hasta ahora, muy fuertemente.

2º Algunos datos biográficos complementarios del P. Giner

A los datos, incluida la anécdota, que acabo de mencionar, del P. Fr. Salvador Nicolás Giner Gomis, OFM, añado que nació en Tortosa (Tarragona-España) el 3 de octubre de 1876, en una familia muy santa, el duodécimo de catorce hermanos. Una de sus hermanas, religiosa, murió con fama de santidad, y dos hermanas murieron mártires durante la guerra civil de España, en 1936-1939, siendo beatificadas por el papa san Juan Pablo II.

A los 14 años ingresó en el Colegio Seráfico (de Benisa, Alicante) de la Provincia Franciscana de Valencia, y pronto se encontró con el P. Juan María Ferrer, misionero recolector de vocaciones de los Colegios de Propaganda Fide del Perú, y a los 17 años hacía el noviciado, en nuestro convento de Los Descalzos (Rímac, Lima). Se ordenó de sacerdote, en el mismo convento, el 19 de marzo de 1905, y muy pronto fue enviado a restaurar la Provincia Franciscana de Santa Fe, en Colombia, donde residió durante 16 años, como formador de aspirantes, novicios y coristas en la ciudad de Cali, ejerciendo al mismo tiempo una activísima labor misionera y apostólica.

Cumplida la misión encomendada en Colombia, regreso al Convento de Los Descalzos, y de aquí fue enviado a nuestra Misión de Requena, en el Vicariato Apostólico del Ucayali, donde residió 21 años, realizando una labor evangélico-social y material-cultural ingente: formó escuelas, levantó el enorme Colegio Nacional, de tres pisos, con Primaria, Secundaria, Normal e Internado. Fundó el periódico «La Voz de la Selva». Construyó hornos de ladrillo, diversas oficinas de artes y oficios, museo, imprenta, biblioteca: fue médico y farmacéutico, etc., etc., labor increíble por la que hasta ahora perdura allí gloriosamente su nombre y por la que Requena se convirtió en toda una ciudad y ha merecido llamarse «La Atenas del Ucayali»…

Hasta que en 1944 debió abandonar la Misión por la enfermedad de la lepra, y fue enviado e internado, «con infinito dolor corporal-espiritual-misionero» en la leprosería Sanatorio-Colonia «Baldomero Sommers», cerca de Buenos Aires (Argentina), donde falleció santamente el 30 de setiembre de 1949, a los73 años de edad.

Como escribió Mons. Buenaventura Uriarte, su Vicario Apostólico: «Para todos los misioneros fue el P. Giner un ejemplo por su entera dedicación a la obra misional, por su espíritu religioso en medio de sus múltiples actividades ministeriales y materiales, por su total conformidad a la voluntad de Dios en medio de las persecuciones y enfermedades y por su heroísmo en sacrificarse por Dios y por las almas… Por haber sido un verdadero religioso, un verdadero sacerdote y un verdadero y santo misionero en todos sus actos». (Ver más datos, que yo mismo puse, en Fraternidad Provincial, n. 308, del 20-11-13, págs. 94-96).

3º Mi pequeño mal y el milagro protagonizado por el P.Giner

Hace ya, algo más de siete años, creo yo, me salió, en forma rara, sin ningún golpe ni nada, una heridita en la parte externa, lateral izquierda, de la nariz. Una heridita, con una venita que, a ratos, como que sangraba un poquito, pero sin gotear, manteniéndose medio reseca, medio roja, del tamaño de una huella digital, y así seguía, sin ningún dolor, sin que se cerrara la venita, y sin molestar nada, solo que afeaba algo, y como que, imperceptiblemente, se iba agrandando. No le daba mayor importancia. La curaba ligeramente con un poquito de mentholatum. Y así me mantuve largo tiempo.

Recién en el 2015, aconsejado, animado y guiado por nuestro buen hermano Fr. Antonio Saldaña, acudí al hospital del Seguro Social «Ramiro Prialé» de Huancayo. Una doctora dermatóloga me atendió, creo yo, muy bien, y cumpliendo con los medicamentos a su tiempo, se me cerró normalmente la herida. Más al poco tiempo, se me abrió de nuevo. Y así seguí, sin darle mayor importancia, pensando que después de todo ya no viviría mucho tiempo más, encomendándome siempre al Señor y a la Mamita de Ocopa dentro de mi diario, tranquilo, acostumbrado y vital-existencial «orar la vida». Seguía, más que todo con mi mentholatum; a veces con un poquito de alcohol, con un poquito de merthiolate, sin mejorar nada pero tranquilo y confiado en el Señor.

Nuestra secretaria de Ocopa, la Sra. Elva Acosta de Ninanya me hablaba de que en el Hospital Carrión de Huancayo, curaban mi mal cauterizándolo. Que nuestros excelentes hermanos Fr. Roque Chávez y Fr. Antonio Saldaña, desde Lima, le insistan a ella en que me aconsejara bajara Lima para curarme. Y, bueno, esas insistencias me iban poniendo un poco nervioso y preocupado. Nada más. Yo seguía confiado en el Señor, en mi «orar la vida», en que ya no viviría mucho tiempo, y, con mi mentholatum.

Luego, al comienzo del mes de enero, di, en Ocopa, ocho días de Ejercicios Espirituales a un grupo de siete religiosas Misioneras de María Reina, de Huancayo. Una de las monjitas, muy fervorosa y enfermera, días después del Retiro, y muy preocupada por mi mal, me trajo, como remedio, la pomada Topicrem. Me la estuve poniendo unas dos semanas, pero no veía ninguna mejoría notable y volví a mi sencillo mentholatum.

Fue entonces, cuando nuestra ya mencionada secretaria, Sra. Elva, siempre atenta franciscanamente a nuestras necesidades, me volvió a insistir fuertemente en lo que comentaba antes. Y hasta me decía que parecía que mi herida se estaba agrandando. Esto me alarmó ya algo, y me obligó a entrar un poco más en mí mismo, y comencé a «orar la vida» como en mis mejores tiempos. Recurrí, por supuesto, y ahora mucho más intensamente, a la Santísima Trinidad. A Cristo Eucaristía misionero, crucificado y resucitado; a mi Señor de los Milagros. A la «Mamita» de Ocopa, a san Antonio de Padua, a san Pío de Pietrelcina, a san Martín de Porres: a nuestro Vble P. Pío Sarobe, y a otros de mi devoción diaria. Y de un modo muy particular, como lo solía hacer siempre antes, en los momentos más difíciles, de «todo tipo», a nuestros mártires de Santo Ocopa, recordando que entre ellos hubo algunos muy jóvenes, y entre todos ellos, los leprosos, pobres entre los más pobres, y, entre estos, especialmente al P. Nicolás Giner, por todo lo que menciona él más arriba, incluida la fuerte y dolorosa anécdota.

Me concentré particularmente en el P. Giner, dentro de lo más íntimo de mi intimidad, en la esencia de mi ser que es Dios, y así, en esa comunicación personalísima con Dios, le hablé y oré al P. Giner, más o menos, con estas palabras: «Padre Giner, lo que yo estoy sufriendo no es nada, es ridículo, en comparación con el martirio que tú sufriste como misionero y con tu lepra. Pero sé que tú moriste santamente, como un verdadero religioso, como uno de nuestros más heroicos mártires… Y, así, ahora te pido, a ti especialmente, el milagro de mi curación… Tú verás cómo te las ingenias, libremente. Tú verás a qué acontecimientos, remedios o estrategias curativas recurrirás, desde lo más alto del cielo hasta lo más humilde de la tierra, para realizarlo. Todo lo consideraré como logrado por ti, por tus ruegos, por tu mediación. El milagro, venga de quien venga, lo atribuiré siempre a ti como muy especial intercesor. Y prometo publicarlo como milagro tuyo en nuestra revista Fraternidad Provincial (si me lo aceptan). Lo importante es que sane y que me vea ya libre de esta pesadilla, de este problema que me está inquietando, y con el que me estoy angustiando, ya demasiado. Seguiré rezando como hasta ahora, sólo que incluyéndote también a ti». Y seguí orando de ese modo. Siempre tranquilo, aunque con una insistencia y una confianza más acendradas. Y con mi sencillo mentholatum.

Hasta que me fui dando cuenta de que la heridita mejoraba y se iba cubriendo y cerrando con una nueva pielcita, y así avanzando, hasta que estuvo claro que mejoraba y mejoraba cada día. Empecé a sentirme más tranquilo interiormente, agradeciendo con todo mi ser a Dios y a «todos mi santos». Y, creyéndome ya curado, el miércoles 28 de febrero, hacia la 5.3o de la tarde, me animé a enseñarle, de nuevo, mi herida, a la secretaria, Sra. Elva, y ella se quedó mirándola, con la boca medio abierta, como asombrada, medio estática. Y, sin más, le dije: «Es un milagro». Añadiendo en seguida: «Ya le diré quién me lo ha hecho».

Y aquí estamos, ya más de un mes, pienso yo que curado. Así lo ven también las personas, hermanas y hermanos, de mi entorno. Convencido yo íntimamente de que tal suceso real, como lo he narrado, aunque nadie me lo ha confirmado médica ni eclesiásticamente, a mi modo de ver, con todas las circunstancias señaladas, es un verdadero, aunque sencillo milagro, obrado siempre por Dios, pero con la intervención muy particular del P. Giner, gran misionero, mártir de la lepra, y santo. Se trata de un hecho singular, misterioso, en el fondo inefable, y que, por tanto, no lo he podido describir sino imperfectamente, por supuesto.

Conclusión

Dicho todo lo anterior, aprovechó este ocasional y sencillo episodio del milagro del P. Giner, para aclarar que, a mi juicio, no se trata de una ingenuidad, ni mucho menos de una beatería. Todo se ha realizado muy dentro de mi contexto vital-existencial, religioso, filosófico, teológico, bíblico, eclesial, místico, franciscano, peruano y profundamente ocopino. Y que todo este «mi ser así» lo suelo expresar, aunque en forma muy concisa, con la experiencia y visión personal que, en cierto modo me identifica y me define, cuando, como pueden testificar mis mejores exalumnos, suelo repetir, casi constantemente fundamentado en la fe y en la razón. «Para mí la vida es Cristo» (Flp 1, 21), «Orar la vida» (Lc 18,1; Rom 12, 12; Ef 6, 18). Herádito; 1 Cor 7, 31). «Ser inteligentes con tiempo» (Cf. Mt 10, 16; 25,31-46).

Siempre compenetrado de mi superfinita inteligencia, consciente experiencia del superinfinito misterio del hombre, del mundo y de Dios, revelado eminentemente en el Evangelio: el acontecimiento histórico de nuestro Señor Jesucristo, Dios y Hombre verdadero (Cf. Jn 1, 1-18). Lo que llamamos también el Cristocentrismo absoluto, ontológico, metafísico, moral, entendiendo a Cristo como la razón, la consistencia y el sentido de todo el universo y de todo nuestro ser (Cf. Col 1, 13-20). Cristocentrismo planificado desde toda la eternidad en y por Dios Uno y Trino, Amor Infinito, infinitamente misericordioso, comunicativo y creador (Cf. Mt 28,18-2o); Lc 15; Rom 16, 26-27; Jn 17, 24, 1 Jn 4, 816). Por eso que Cristo es nuestro camino, nuestra Verdad y nuestra Vida (Cf. Jn 14, 6), nuestra libertad (Cf. Jn 8, 32), toda nuestra realidad (Cf. Jn 1, 1-18). Entendiendo y anhelando con san Pablo: «Para mí la vida es Cristo» (Flp 1, 21); «No hay nada que a mí me pueda apartar del amor de Cristo» (Cf. Rom 8, 35-39) «Vivo yo, ya no yo, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2, 19-20); «No me avergüenzo del Evangelio» (Rom 1, 16); y, con el mismo Jesús: «Ámense unos a otros como yo los he amado, y así conocerán todos los hombres que ustedes son mis discípulos, y nadie ama tanto como el que da su vida por sus hermanos» (Cf. Jn 13, 34-35; 15, 13).

Cristocentrismo que ha sido fundamental en la historia, doctrina y espiritualidad de la Orden Franciscana, de nuestra Provincia Misionera y que es y debe ser el pensamiento fuerte, la vivencia absoluta e informante de toda nuestra vida interior, cristiana, comunitaria, fraterna, consagrada y misionera. Y, desde esta visión y experiencia, fundante quiero seguir evangelizando, todo lo posible, al mundo entero, proclamando a todos los vientos, y sin cesar:

«Gracias infinitas, Señor y Dios mío, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Padre y Madre de infinito Amor y de infinita Misericordia y perdón, por toda mi vida. Gracias infinitas a ti, Cristo Jesús, Dios y Hombre verdadero, Mediador Universal, fundamento de nuestra Madre la Iglesia, connaturalizada contigo en el corazón del infinito misterio de la Santísima Trinidad, con San Pedro y con san Pablo como sus columnas y protagonistas históricos, inmersa en medio del mundo con todas sus inefables complejidades divino-humanas de santos y pecadores, de sanos y enfermos, de ricos y pobres…, y, hoy, con el papa Francisco. Gracias infinitas a ti, santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Amatxu de Begoña y Mamallanchic»-»Mamita» de santo Ocopa. Y gracias infinitas a nuestra Provincia Misionera, hija y madre de mártires y de santos».

«Y tú, Señor, que sabes todas las cosas, sabes que yo te amo y te quiero amar, y solo te pido hacer tu santísima voluntad, viviendo y muriendo santamente en la vocación religiosa, franciscana, misionera, sacerdotal y peruana que tú, gratuita y misericordiosamente, me has concedido».

Y concluyo todo, así mismo, con una de mis oraciones diarias, y desde antiguo: «Gracias, Señor, por los hermanos. Gracias porque somos diferentes. Gracias porque así nos complementamos y se nos hace más fácil el seguimiento radical de Cristo tras las huellas de san Francisco de Asís. Y hágase tu voluntad. Y tú dirás, Señor. Amén».

En alabanza de Cristo y del pobrecillo Francisco, a quienes ruego encarecidamente que todo lo dicho hasta aquí sirva de igual modo, en algo, de incentivo para nuestras vocaciones y para una profunda renovación espiritual, radicalmente evangélica, en nuestra gloriosa, amada y santa Provincia Misionera.

Santo Ocopa, 30-03-18: Viernes Santo

Fr. Antonio Goicoechea Mendizábal, ofm